¿Cuántas veces nos encontramos con esta frase? ¿Cuántas veces hemos puesto de excusa el cansancio, los hijos, el trabajo y como no, ese dolor de cabeza tan femenino y oportuno a nuestro mal humor, o ese exceso de trabajo repentino que os hace llegar siempre tarde a casa?
Llega un momento en el matrimonio que nos cansamos. Tan solo eso, nos cansamos. Nos cansamos de ceder, nos cansamos de entregar, nos cansamos de luchar, nos cansamos de acostarnos con vosotros y entramos en una fase de autoevaluación y crítica que en ocasiones podemos ser injustas, no solo con nuestra pareja, sino con los que nos rodean y especialmente con nosotras mismas.
Normalmente empezamos con esa fase de queja constante donde parece que todo lo que nos sucede y no nos gusta, suele ser por culpa de otros. Estamos agotadas porque nuestro marido no nos ayuda. Solemos estar irritadas porque los niños no obedecen, y claro, su padre nunca está. Empezamos a sentirnos solas y a ladrar a todo aquel que tenemos cerca y en especial a vosotros. Pero aquí tenéis un papel clave, que muchos pasáis por alto –seguramente por el mimo motivo que nosotras, el cansancio- y seguís andando. No veis a vuestra mujer agotada y sola, no veis a vuestra mujer demandando vuestra atención, tan solo veis un dragón que –en el mejor de los casos- solo echa fuego por la boca. Y en lugar de preguntar; ”¿Quieres que hablemos?” o de tendernos esa mano que anhelamos, sin embargo os dais la vuelta y miráis a otro lado.