¿Cuántas parejas conocemos rotas por los cruces de caminos? ¿Cuántas hemos sentido ganas de volver al trabajo al día siguiente para tomarnos ese café inocente? O ¿Cuántos de vosotros retrasáis la llegada a casa por seguir disfrutando de esa cerveza con una compañera de trabajo?
Los cafés, los cigarritos con los compañeros, las cervezas de los jueves, etc. son pequeños actos diarios, dentro de lo cotidiano e incluso rutinarios. Pero hay un refrán que dice <<el roce hace el cariño>>. Creo que no puede ser más acertado. La infidelidad en la mayoría de las ocasiones se empieza a gestar con pequeños detalles, que son los que en definitiva sustentan cualquier relación, ya sea de amistad, de amor o de compañeros.
Cuando empezamos una relación, todos, me atrevería a decir que sin excepción, empezamos ilusionados, teniendo en frente a la persona ideal para ser felices. Si es algo borde, le disculpamos diciendo: “es que es muy suyo”. Si es muy celosa lo haremos diciendo: “es que me quiere mucho”. Pero siempre en positivo y queriéndole con sus defectos -aunque tardemos en verlos- y solo teniendo ojos para nuestra pareja.
Pero llegará un día la rutina a nuestras vidas, muchas veces disfrazada de estabilidad. No la vemos venir, no vemos como se instala en nuestras vidas, como va borrando poco a poco la ilusión de preocuparnos por estar guapas para vosotros o como dejáis de cuidar esos detalles que tanto nos gustan. Como empiezan a crecer las frases de reproches y como el rencor se cuela en nuestros pensamientos sin apenas darnos cuenta. Como nos miramos un día y lo único que pensamos es… ¿Y esto… es todo?