Estoy convencida que no hay soledad más triste que aquella que te produce el vacío en la cama. Ese vació que provoca un marido que te acompaña todas las noches, pero no te roza. O el vacío de una mujer que está a tu lado, pero te ignora. Muchos matrimonios, convertidos en compañeros de piso, con gastos e hijos compartidos. Buena relación -quizá hasta como hermanos- en definitiva, tan solo comparten el día a día, pero han olvidado lo más importante. Se han olvidado de ellos, de quererse, de amarse de entregarse.
Una pareja tiene formas distintas de amarse y cada una tiene su importancia, ya que unas aportan al matrimonio seguridad, otras generosidad, fortaleza o confianza. Pero hay una manera de amar, que une al matrimonio de forma distinta a todas las demás y sobre todo es una unión completamente diferente a la que se pueda tener con cualquier otra persona, a un padre, hijo amigo, etc. Esa unión, es una unión de intima complicidad y es la que se va forjando cuando se ama con el cuerpo.
No siempre es fácil saber amar con el cuerpo. En muchas ocasiones hasta nos hemos olvidado de hacerlo y nos resulta complicado volver a romper esa barrera invisible levantada por nuestro orgullo e indiferencia. Y es esta soledad, la que más duele. Es una soledad que ataca a la autoestima, a la feminidad, a la hombría, al deseo, al cariño… Y acaba afectando al respeto y la convivencia.
Es esta soledad, la que silenciosamente debilita a una pareja, es ese silencio el que más