¿Cuántas veces le hemos dicho a nuestro marido que le queremos? … Cientos? Miles? Seguramente la mayoría de nosotras si calculásemos ese número, tendería a infinito. No, no os voy a hacer esta misma pregunta a vosotros, ya que todos sabemos que la respuesta sería menos, mucho menos, muchiiisimo menos. También es verdad que eso no mide nuestra capacidad de amar.
Pero ¿cuántas veces nos hemos dicho “te quiero” cuando lo que nos saldría –en el mejor de los casos- es un ladrido?. ¿Cuántas veces estamos dispuestos a ceder y a perdonar o cuántas veces estamos dispuestos a comprender y ponernos en “los zapatos” del otro? Aquí el número de “te quieros” que cualquiera de nosotros es capaz de decir ya es bien distinto.
Lo difícil de decir te quiero en esas situaciones donde nos sentimos dolidas, donde os sentís tan alejados de nosotras, donde la lista de agravios es demasiado larga, no es pronunciar las palabras, es desnudar nuestra alma y mostrarnos frágiles. Es abrir nuestro corazón y reconocer que nos necesitamos, es tenderle la mano para pedir perdón y recogerla sabiendo perdonar.
Cuando las cosas se ponen cuesta arriba, ambos tenemos que remar juntos, a la vez y sobretodo en la misma dirección. Es, en estas ocasiones, cuando tenemos que dar lo mejor de cada uno. Cuando nos caemos levantarnos juntos y volver a empezar. Es cuando tenemos que recordar por qué decidimos pasar el resto de nuestra vida a vuestro lado. Es el momento en el que tenemos que vaciarnos un poco de nosotros mismos para empezar a llenarnos del otro.
Cuantas veces nos vemos diciendo cosas como:
– … es que estoy agotada, nunca me ayudas.
– No me dejas. Siempre que te pregunto a que te ayudo me dices que a nada!!
– Es que no debería decirte que tienes que hacer, te tiene que salir a ti…
Y en cuantas de estas conversaciones nos dejamos gobernar por nuestra ira, y eso aderezado de vuestra ocasional comodidad, hace de nuestra conversación un ir y venir de reproches almacenados. En una discusión rara vez sale la verdad sino más bien se busca el desahogo. Y que difícil nos resulta en estas ocasiones decir “te quiero, ayúdame a seguir remando” Como, sin darnos cuenta, la soberbia se ha colado en nuestro interior sin ni siquiera reconocerla, como hace que silenciemos un perdón o ahoguemos un lo siento.
Como nos complicamos a la hora de pedir perdón. Como –en ocasiones- nos sentimos humillados ante una disculpa y como a veces nos pica el orgullo ante nuestros errores. Es aquí cuando un “te quiero” se convierte en una declaración de amor. Es aquí cuando un ”te quiero” se convierte en voluntad de querer quererte. Es aquí donde se destierra el orgullo y nace el perdón. Es aquí donde un “te quiero” se convierte en un “te necesito”.
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Mil gracias
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