El dolor de la indiferencia

Creo que todos somos conscientes que a lo largo de los años de un matrimonio, se viven muchas situaciones, mejores o peores, maravillosas e incluso aquellas que a veces acaban partiéndote el corazón. Pero hay veces, que nos estancamos en una fase de indiferencia y de falta de interés por la otra persona, por entenderla, por hablarla o incluso por querer compartir cualquier momento juntos.

Esa inapetencia, esa falta de interés del uno por el otro, duele, y duele mucho, duele como si te desgarraran el alma. A veces duele porque no sabes cómo acercarte de nuevo a la persona que tenemos a nuestro lado. Otras veces duele por todo aquello que se dice, le sacas punta porque te ataca los nervios. Da igual lo que diga, algo tan simple como un comentario matutino sobre el tiempo, o como algo tan profundo como el estado de nuestra relación. A veces duele esa sensación de estar en casa tan solo porque eres la máquina de producir y tu pareja e hijos ni te ven. Otras veces duele el silencio por esas conversaciones de tus temores compartidos.

La indiferencia es un arma capaz de destrozar no solo cualquier matrimonio, sino cualquier relación. La indiferencia es sutil, ya que entra en nuestra relación como un simple refugio ante la incapacidad momentánea de querer querer. Es silenciosa, ya que no provoca una discusión -en momentos tan necesaria- y nos hace sentir una falsa tranquilidad. Es rencorosa, porque es capaz de almacenar todos aquellos agravios que podrán ser utilizados en cualquier momento. Es orgullosa, porque no dará su brazo a torcer ante tu pareja. Es soberbia, porque no te permitirá ceder ante el amor de tu vida aunque eso te haga daño. La indiferencia es perversa ya que aprovechará tus momentos más bajos, para hacerte creer que dar el primer paso para salir de ahí, es humillarte.

Cuando me enfadaba con mis hermanos, mi madre me decía muchas veces: “Ana, que es mejor tener razón o ser feliz” Creo que todos tenemos claro situaciones de nuestra vida donde elegimos tener razón. Y ¿Dónde nos llevó? ¿Fuimos más felices? Creo que hay una cura para la indiferencia. LA HUMILDAD. Lo es escribo en mayúsculas porque no solo cura la indiferencia. Cura a una persona desde lo más profundo de su interior.

La humildad es capaz de reconstruir esos pedazos que destrozó la indiferencia. Es capaz de darnos la fuerza para volver a querer querer.  Es capaz de aderezarnos para conversar –incluso discutir- de eso que a veces preferimos callar. Es capaz de calmarnos y borrar nuestra lista de agravios. Es capaz de enseñarnos a ponernos en los zapatos del otro y aprender juntos a torcer nuestro brazo. Es capaz de hacernos resurgir juntos de la mano y no ver el ceder ante el amor de tu vida como un acto de debilidad. Es capaz de dejar a un lado ese querer ver humillación donde solo hay inseguridad.

La lucha frente a la indiferencia es diaria. Puede que no pase nada, si un día no se recogen las hojas de la entrada de casa. Pero si no nos esforzamos para que nunca haya hojas, podemos encontrarnos que un día, nos impidan ver cuál es nuestro verdadero hogar. La indiferencia se combate con pequeños gestos diarios. Un beso de buenas noches. Un abrazo en esos momentos de flojera. Una mirada de complicidad en el desayuno. Una llamada o un simple Whatsapp sabiendo que siempre estás al otro lado. Un perdón ante una coz gratuita. Un demostración de QUIERO QUERER QUERERTE.

5 comentarios en “El dolor de la indiferencia

  1. Por lo que has escrito, pienso que es mejor la “discusión”, dentro de un orden, antes que la indiferencia. Pero, ¿hasta dónde podemos llegar en esas discusiones? Lo digo porque el mayor peligro en la pareja es lo que tú dices: la indiferencia, por lo menos en uno de los cónyuges . ¿Qué hacer?
    Gracias

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