Yo no nací sabiendo

Se que esta frase es bastante obvia, pero a veces olvidamos la profundidad de su significado, sobre todo cuando vamos acumulando años de experiencia a nuestras espaldas y nos cuesta un poco más reconocer los buenos consejos de otras personas.

Estos meses que he estado en “modo pause por máster” llevo dándole vueltas a este tema. No nacemos sabiendo y eso es evidente, pero lo que me estoy dando cuenta es que tampoco podemos dejar de aprender. Nuestra vida -en todos los aspectos- cambia con los años, evoluciona, se vuelve una locura, vuelve a la calma, llegan las crisis, los miedos, las malas rachas e incluso la despedida de seres queridos antes de tiempo.

Por eso me doy cuenta de la importancia que tiene estar siempre en un constante “aprendizaje”. Cada etapa de la vida tiene sus emociones y muchas de ellas vienen aliñadas de verdaderas encrucijadas. Y en el matrimonio pasa algo similar y tenemos que ir aprendiendo según vayan cambiando nuestras circunstancias.

Poneros en el punto de partida: “el día de nuestra boda” todas recordamos su cara, su sonrisa, nuestros nervios e incluso nuestro punto de inconsciencia ante el camino que se abría ante nosotros. Por favor ¿¿recodáis el “como fue el adaptarnos a vivir con él» Jajajajaja en fin… mira que el “mío” es una joya, pero recuerdo momentos del tipo: <<Ana, donde están las camisas limpias>> fue el día que me di cuenta que necesitábamos ayuda!!!! jajajajaja.

Y esa ayuda la he ido buscando de muchas y diferentes maneras, desde recién casada a cuando empezaron a llegar los hijos!!!! Me apoyé mucho en mi madre y mi suegra, la verdad es que reconozco que hubo momentos duritos. Trabajando fuera de casa y con tres hijos de dos, uno y un recién nacido. Os reconozco que casi me muero. Y para más emoción, a los dos meses de nacer mi hijo, cambio de trabajo!!!! En fin… Veía la luz al final del túnel y llegó la pequeña de la casa!!!!

Esos años, los recuerdo algo inmersa en los niños y el trabajo y os reconozco que no era consciente de que estaba dejando de mirar a mi marido, que como os he dicho muchas veces, es la prioridad de mi vida. Pero hubo un día que se convertirá en el punto de inflexión de nuestro matrimonio y fue una conversación que tuvimos que hizo que saltaran todas las alarmas que éramos capaces de hacer sonar y fue cuando recordé lo que me decía mi madre “Ana, no se nace sabiendo” no dejes nunca de crecer conforme van llegando las distintas etapas de vuestra vida”, tenéis que andar al mismo ritmo.

Así que desde esa primavera del 2011 mi matrimonió creció, cambió y mejoró de forma exponencial. Y esos cambios van produciéndose cada cierto tiempo, diría que de forma natural, bueno y otras no tan natural, que de vez en cuando tenemos que parar y preguntarnos donde estamos. Hemos terminado con la etapa de niños pequeños y estamos en plena adolescencia, lo que nos ha supuesto todo un reto, por supuesto educativo, pero también como pareja.

Este año hacemos veintidós años de casados y os tengo que reconocer que se abre ante nosotros una etapa nueva para la cual nos estamos preparando y os reconozco que nos da un poco de vértigo. Estamos poniendo los medios necesarios para que nuestro matrimonio se vea fortalecido y salgamos reforzados de esta ilusionante etapa que tiene sus incertidumbres y una gran dosis de hormonas revolucionadas por mi parte jajajajaja.

Echo la vista atrás y veo como hemos andado el camino y reconozco la necesidad de seguir aprendiendo y apoyándome no solo en las personas que tienen mas experiencia, que por supuesto eso es un tesoro. Sino también de como los matrimonios más jóvenes se enfrentan a sus realidades, distintas de las que fueron las nuestra y me fascina la capacidad de trasformación que tiene el amor. Me entusiasma seguir creyendo en el matrimonio como pilar de la familia y no me cansaré de repetir y repetirme “QUIERO QUERER QUERERTE

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