Perdona Cariño, ¿Nos conocemos?

Hoy quiero contaros la historia de un matrimonio que pasaron de ser esposos amantísimos, a padres y se encontraron viviendo como compañeros de piso. Esta es la historia de Pedro y Marta, y a lo mejor la nuestra propia, porque ¿Cuánto tenemos de Pedro y Marta ?

Ellos son una pareja como tú y como yo. Empiezan su vida en común estando absolutamente enamorados, convencidos que la llama de la pasión no se apagará nunca. Teniendo una vida sexual muy activa, donde todo es pasión. Están “súper” enamorados y felices, como empezamos nosotros ¿Os acordáis cuando vuestra pareja era perfecta? ¡No tenia defectos! y los que tenía nos gustaban porque le hacían especial, si, si, todos hemos pasado por esa fase, NOS GUSTABAN SUS DEFECTOS, y cuando se iba de casa sin hacer la cama ¡SONREIAMOS!

Para Pedro y Marta los años pasan y están en una época de trabajo estresante, los embarazos, los niños, y una buena mañana se levantan como todas las mañanas: ducha, desayuno, venga vamos al cole que llegamos tarde, la mochila, ¡¡¡¡DATE PRISA QUE LLEGAMOS TARDEEE!!!! Y te das cuenta que la cama está sin hacer: pero ¡¡¡¿Por qué no ha hecho la cama?!!!!!

Ese, es el momento donde él se cae de nuestro trono de cristal. Y de repente le miras y piensas ¿desde cuándo tiene canas? y si no nos paran, que sepáis que os hemos visto además con síntomas evidentes de alopecia y con esa barriga incipiente a lo Homer Simpson. Al igual que Marta, solemos actuar con cierto grado de histeria, y preguntamos sorprendidas porque no ha hecho la cama, su respuesta es clara: “porque nunca lo he hecho”. Es entonces, cuando ellos empiezan a ver la fiera que llevamos dentro, que los efectos del tiempo y de la gravedad han empezado a hacer mella en nuestro cuerpo ¡¡las rodillas ya no están en su sitio!!

En esta etapa las mujeres solemos alejarnos de ellos dejando de tener relaciones y ellos se alejan de nosotras dejando de hablar. Probablemente, sin darnos cuenta, hemos dejado entrar en nuestras vidas a uno de los peores enemigos que tenemos, LA RUTINA. Es un enemigo silencioso, fiel aliado de la pereza y el egoísmo, difícil de reconocer.

En esta situación Pedro y Marta siguen adelante y pasados unos años los niños empiezan a irse de casa, unos a la universidad, otros se casan. Finalmente se ven el uno al otro y casi no se reconocen. Llevan varios años compartiendo gastos de una casa común, compartiendo cenas con amigos, tres hijos y alguna encuentro íntimo. Pero han dejado de compartir lo más importante, su entrega, su intimidad, sus conversaciones, han dejado de mirarse el uno en el otro, en definitiva, han dejado de lado su relación para centrarla en los hijos, en el trabajo o en uno mismo.

En este caso un buen termómetro –entre otros- que les tenía que haber saltado es la ausencia de relaciones durante largos periodos de tiempo. Cuando una pareja se ama, se ama de todas la formas, se ama en el dialogo, se ama en la cama, se ama a través de la entrega diaria, se ama en los detalles, se ama en los enfados y se ama en las reconciliaciones. Pero si en todas las situaciones te dejas llevar por la falta pasión, por falsos ideales, por la falta de voluntad, te dejas llevar por la desgana y te haces aliado de la pereza, estás convirtiendo tu matrimonio en un proyecto vacío.

Para romper esta cadena empieza por mirarle de nuevo a los ojos y decirle porque un día te enamoraste de él, recuerda el día que te gustaba que no hiciese la cama y empieza por volverle a dar ese beso de buenas noches. Tú cógela de la mano y abrázala, hazla sentir de nuevo segura entre tus brazos, bésala como antes  y entrégate a ella. Volver a esa pasión inicial, de forma más serena y madura, pero apasionada. Luchar contra la rutina y recuperar la pasión, la pasión de los abrazaros, de amaros, de querer quereros.

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