¿¿¿Quién de nosotros no ha tenido una “RECONCILIACIÓN”??? Una de esas apasionadas tras un enfado monumental. O una de esas reconciliaciones serenas, llenas de besos y caricias que claman nuestro perdón.
Creo que es una de las mejores herramientas con la que contamos los matrimonios. Es uno de esos momentos estrella, que vivimos todos a lo largo de nuestra vida en común. El enfado puede venir del detalle más tonto, del estilo de: “cariño se te ha ido, ooooootra veeeeeez, la mano con la visa” (discusión que se repetirá eternamente, ya que por definición, nunca gastamos demasiado) o por motivos más serios como: “no te veo el pelo, nunca estás en casa”.
Las reconciliaciones no siempre son iguales. Algunas veces necesitamos esa reconciliación que habla del perdón, habla del dolor provocado por las palabras dichas o por los despechos silenciosos. Son enfados donde el rencor es el primer protagonista de nuestra discusión, donde nostras sacamos esas listas de reproches que almacenamos -en no sé, que parte del cerebro- llenas de “porque tú nunca haces…, porque yo siempre…” Y donde vosotros, en muchas ocasiones, tan solo calláis. Tan solo nos miráis y os metéis en vuestra “caja de la nada” y nos contestáis con vuestro silencio.
Otras veces necesitamos esas reconciliaciones más intensas, esas que hablan de deseo, hablan de pasión, donde los besos y las caricias se vuelven más intensas, donde nos dejamos llevar por ese impulso sensual que guardamos todas las parejas. Son entregas más fogosas y donde entra en juego nuestra complicidad más íntima. Entra en juego ese deseo de querernos, de abrazarnos, de besarnos, de demostrarnos nuestro amor uniendo nuestros cuerpos hasta convertirse en uno.
El valor de una reconciliación, en muchas ocasiones, tan solo se queda en la cama. Tan solo vemos la parte de una entrega física. No pensamos en la parte emocional entregada. En los sentimientos expuestos al roce de nuestros cuerpos. En el dolor ahogado en nuestro abrazos.
Pero el secreto de una reconciliación, implica mucho más que sellar el enfado con una noche de alcoba. Implica aceptar las heridas dejadas por nuestra soberbia y nuestro orgullo. Implica tener la humildad de acercarnos a nuestra pareja, desnudarnos y entregarnos a ella. Significa, pediros perdón, significa deciros que os amamos, y que lo sentimos, que nos entregamos a vosotros porque os queremos, porque os deseamos. Significa que os entregáis a nosotras porque seguís enamorados, porque nos elegisteis para pasar el resto de vuestra vida amándonos.
En definitiva la reconciliación -en muchas ocasiones- es la respuesta a volver a encontrarnos tras la discusión, a volver mirarnos a la cara sin recriminaciones. Es volver a levantarnos juntos. Es volver a seguir trabajando juntos en nuestro proyecto de vida, es seguir queriendo tener la voluntad de querer.