Culpas Compartidas (Parte II)

Mi nombre, en el mejor de los casos, es la amante, o como me llamarían en el mundo laboral, la zorra que se está tirando al jefe, y la verdad es que los adjetivos prefiero ignorarlos. Se que alguna de vosotras los habréis sufrido en vuestras carnes. Sí, es verdad, las cosas pasaron, y siendo honesta conmigo misma, ¿pasaron sin más o yo dejé que pasaran? Sé que empezó de forma inocente, supongo que tan solo me hacía falta sentirme más querida, escuchada, y con el tiempo… con el tiempo la cosa se descontroló.

Haciendo balance de los últimos años, creo que las relaciones fueron enfriándose. No te vas dando cuenta hasta que después de nuestro último hijo, las discusiones -por la falta de tiempo de mi marido, por sus viajes, reuniones, conferencias o por mi cansancio constante- eran ya continuas. El dormitorio se convirtió en un frigorífico donde te encuentras de forma esporádica por mucho que me insinuara. Y la indiferencia se instaló en nuestro matrimonio hasta tal punto que las discusiones se acabaron.

Todo fue cambiando poco a poco cuando me incorporé de nuevo a trabajar en mis cuadros, a organizar las exposiciones con mi representante. Comenzó de forma inocente, supongo que por la necesidad de sentirme apreciada, escuchada, y si, lo sé, también por sentirme deseada. Cuando tienes un marido que vive por y para el trabajo y no es capaz de mirarme con deseo, me sentía… me sentía mal, no podía competir con la indiferencia y cada noche en la cama, aunque estuviera a mi lado, era una soledad tan inmensa que lo único que sentía es que ya no estaba enamorado de mí. Que no sentía nada, que no me veía ni sexi ni interesante, creo que ni me veía. Y que os voy a decir, me dolía, me dolía en el alma, en mi feminidad, en mi orgullo. No entendía que no me deseara por mucho que me dijera que me quería. Estaba enfadada con él. Pero seguramente mucho más enfadada conmigo misma por haber callado.

Y fue pasando el tiempo y fui desahogándome con “El Otro”, fue como un chute de autoestima, lo reconozco. Era algo inocente, una conversación, una copa de vino para celebrar una venta. Siguió con un coqueteo, una mirada, un simple roce de manos. Me sentía bien a su lado, me sentía femenina, me sentía más yo que nunca. Pero la cosa se me fue de las manos cuando al mirarle sentía el deseo de que me abrazará, que fuera él quien diera el primer paso, que me besara, en los labios, en el cuello, por todo mi cuerpo. Necesitaba sentirme deseada, necesitaba sentirme mujer en toda su plenitud.

Es verdad que pasamos momentos ¿“mágicos”? Fueron esas caricias las que me estremecían el cuerpo. Eran esos besos los que me excitaban, era el compás de nuestros cuerpos lo que me hacía disfrutar de cada momento. Pero había algo que no me hacía completa. Supongo que eran esas llamadas de “EL” que me recordaban mi traición. Mi falta de sinceridad. Y mientras estaba en otra cama hablando con él, intentaba ser la mujer que él esperaba tener. Amable, atenta, simpática, dulce, en definitiva siempre pendiente de él.

A veces me miro al espejo y no me reconozco. Tengo ganas de tirar por la borda todo lo construido con EL, de empezar desde cero una vida nueva llena de amor, de pasión, de copitas de vino, de exposiciones, de susurros, de miradas de recién enamorados. Pero ¿eso durará para siempre o volveré al punto de partida en el que me encuentro?

A veces me miro en el espejo y estoy enfadada con él porque -sin saberlo- me ha abandonado y me he convertido en una mujer necesitada de cariño, del cariño que él no me da. Me ha cambiado por su trabajo y contra eso no se luchar, o tan solo me he cansado de hacerlo.

A veces me miro al espejo y tan solo quiero volver a atrás. Tan solo quiero que sea ÉL, la persona que me besa, que me seduce, que me mima, tal y como hacía antes.

A veces tan solo me miro y me pregunto: Dónde está lo correcto. Dónde está el equilibrio. Dónde están las culpas. Dónde está el PERDÓN.

3 comentarios en “Culpas Compartidas (Parte II)

  1. «Tenía dos vidas: una franca, abierta, vista y conocida de todo el que quisiera, llena de
    franqueza relativa y relativa falsedad, una vida igual a la que llevaban sus amigos y conocidos; y
    otra que se deslizaba en secreto. Y a través de circunstancias extrañas, quizá accidentales, resultaba
    que cuanto había en él de verdadero valor, de sinceridad, todo lo que formaba el fondo de su
    corazón estaba oculto a los ojos de los demás» . La señorita del Perrito. Chejov. 1899

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  2. Ana, creo que has sido más dura con la amante, que con “el otro”. Y lo digo, porque creo que sucede más lo de “el otro”, , sobre todo en una pareja con hijos. El sentimiento de frustración y todas las demás consecuencias, son similares. No sé, quizá esté equivocado, pero veo más factible que haya más “el otro”, que “la amante”. La mujer, esposa, madre, tiene más asideros; el hombre no, es más vulnerable. Me gustaría saber tú opinión. Gracias mil por estas publicaciones.

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    • Bueno, puede que tengas razón, pero estos últimos años he visto a muchas mujeres solas, por distintos motivos, pero muy abandonadas por sus maridos. No digo que el caso contrario no se de también, pero en este post, me centré en esta infidelidad. La idea es que pueda escribir otro donde la parte infiel sea el y así equilibrar la balanza

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